Estamos viviendo días de total incertidumbre,
aunque eso no es nuevo porque casi nunca sabemos qué es lo que va a pasar,
solamente suponemos y vivimos planificando. Las relaciones con los otros y la
relación de nosotros con el exterior, con lo que hacíamos antes, cuando
podíamos salir, ha cambiado y eso a veces asusta. Los vínculos se desdibujan
porque las formas que conocíamos de mantenerlos han cambiado un poco, ahora ya
no estamos presentes con el cuerpo, ahora hay una pantalla que replica nuestra
imagen y la distancia física pareciera no existir porque todos estamos
conectados, esto es un poco contradictorio.
Leo constantemente propuestas de lo que
haremos el día después, cuando podamos salir, cuando todo esto pase. Escucho
comentarios, y sigo leyendo y no puedo situarme en ese día, estoy estancada en
el ahora. Un ahora donde no añoro lo de afuera porque la mayor parte del tiempo
me moví dentro de mi taller, aunque si echo de menos el encuentro, el de piel y
roce. Por eso creo que muchos estamos viviendo en ese hueco de tiempo entre lo
que hacíamos y lo que pensamos que vamos a hacer, y nos cuesta habitar lo que
ahora tenemos. Parece que ese cuento del viaje interior se queda en un lindo
“post” en las redes porque entre el trabajo, la rutina de la casa, las
reuniones en Zoom, los chats y las múltiples actividades en vivo que
presenciamos, nos estamos perdiendo el ahora.
A veces creo que nos cuesta tanto el
presente que mejor nos ocupamos de llenarlo para despistar la vista, no
queremos mirar y es mejor tenerlo atestado. Así como ornamentación barroca saturando
el vacío en vez de ubicarlo o como propuesta gótica, tratando de tocar el cielo
a punta de hacer y no tener el tiempo ni de respirar. En este afán, parece que
nos cuesta convivir con nosotros mismos y por eso le estamos tratando de
encontrar la vuelta al otro, al que no existe, al que está afuera y lejos y
quisiéramos tocar. Nos estamos llenando de ganas de hacer lo que no podemos, de
deseo pero no de goce. Es difícil habitar el ahora, sobretodo cuando muchos de
nuestros hábitos han cambiado y la piel ya no es el límite con el exterior y la
libertad en el cuerpo está llena de desconfianza, de espacio obligado, de
máscaras que nos protegen pero que nos regalan una nueva configuración de
rostro. El ahora está lleno de nuevas situaciones, de aprender a mirar hacia
adentro y no una mirada metafísica que empuje a mirar el alma, simplemente
hacia adentro de la puerta. Mirar el espacio en blanco, mirar a los que
conviven con uno, mirar los objetos de lo cotidiano, habitar la realidad
disponible y vivir lo que toca. Se lee fácil, me cuesta un poco más escribirlo
mientras sigo pensando en qué momento abrir la puerta de casa y dar un paso a
ese afuera tan deseado se volvió una misión casi imposible.
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