viernes, 29 de enero de 2021

Gil Imaná: toda una vida dedicada al arte

 

 

“El amor, el trabajar con amor hace que la creación sea mejor. (…) Nos hace sentir creadores y enamorados al mismo tiempo.”

 

 

Hay personas que llevan consigo una luz especial, acaso por la suma de experiencias acumuladas a lo largo de su vida o quizás porque se dejan llenar de esta bondad divina y son canales de enseñanza con su sola presencia. Gil Imaná es una de las personas que deja este rastro en su andar. Sin duda, un exponente importante en la historia del arte boliviano y un referente para muchos, que hasta ahora, persiguen la conexión del arte, el hombre y la tierra. El maestro Imaná es además de aquello un ejemplo de que lo que se lleva en el alma brota sin mesura y se extiende por toda la vida.

 

La luz de las diez de la mañana entraba tímidamente por el espacio que dejaba sin cubrir la cortina de su living, las incontables pinturas sobre las mesas, las paredes y apoyadas en el piso acompañaban la conversación que dio inicio a esta entrevista. Una suerte de magia creada seguramente por mi admiración y respeto, abrazaba el entorno y se podía respirar paz.

 

¿Cómo se siente tu espíritu al estar a punto de inaugurar tu muestra individual número 100?

Lamentablemente el cuerpo no acompaña al espíritu, tengo varias dolencias que me impiden gozar de la satisfacción al haber llegado a cien exposiciones individuales.

 

¿Cómo inicia tu recorrido en el arte?

Pocos padres de familia aceptarían que su hijo deje la escuela para estudiar otra cosa, el caso mío es diferente, desde los diez años comencé a estudiar pintura dejando la escuela.

El maestro Rimsa formó un grupo de 12 discípulos (el prefería llamarlos así, en vez de alumnos) y mañana, tarde y noche estudiábamos el cuerpo humano. Incluso a a esa edad yo fui a dibujar cadáveres a la morgue. Dibujábamos desnudo femenino, masculino, retratos, íbamos al paisaje, analizábamos el color, hacíamos composiciones, en fin era un estudio completo. Ya pueden imaginarse ustedes ahora, que en los colegios se da solamente una hora para dibujo semanalmente. Terminábamos entre las siete y ocho de la noche. No solamente pintábamos o dibujábamos, también nos enseñaba a cantar en ruso, a leer libros de arte, saber sobre la vida de los pintores. ¡Él se preocupaba de todo!

 

 

¿Cómo llegaste al maestro Rimsa?

Yo estaba en preparatorio en la Escuela de Bellas artes Sacarías Benavides, el llegó como director de la Escuela y al poco tiempo tuvo diferencias con los directores, renunció y decidió formar el curso superior. “¿Y tu Gil quieres ir conmigo?”  Me tomó de la mano y no supe a dónde íbamos, después me enteré que el maestro formaría un taller.

En 1944 pintamos un mural en la casa adaptada que fue proporcionada por una alumna, donde estudiábamos y crecíamos en el arte. Rimsa tenía un carácter muy dulce y amable. Siempre escuchaba lo que se le consultaba.

 

¿Saliste al exterior a estudiar luego de Rimsa?

Yo era de una familia que tuvo varias desgracias. Seis hermanos de todo tamaño y una madre que nos criaba sola después de la muerte de mi padre a sus 50 años de edad.

La muerte de mi padre y el gran terremoto que hubo en Sucre, sumaron obstáculos en el camino inicial. Apenas terminé el curso de Rimsa, que duró tres años,  me puse a trabajar para darle mi sueldo a mi mami. Con el sacrificio de ella y el entusiasmo de poder ayudarla que teníamos todos los hermanos es que pudimos salir adelante y tener diferentes estudios.

 

Que sea difícil no significa que no se pueda lograr, ¿tu obra tiene mucho de esa búsqueda?

Nunca perdimos el humor en esos momentos difíciles.

La pintura era un desahogo y una forma alegre de expresarnos. Juntos con Jorge, mi hermano mayor y mi mejor amigo, íbamos a pintar con acuarela al campo, que era el material más fácil de trasladar. Fui testigo de muchos momentos difíciles y tristes, eso no logró que se pierdan las ganas de seguir.

 

¿Cómo fue el paso de esa época casi ingenua al oficio de pintor?

En 1949 fue mi primera exposición en la Universidad de Sucre. En el año 50 nos avisaron que había un pintor que estaba en el hospital. Fuimos a verlo, le llevamos manzanas.

Era un pintor que había estado en Chile y lo trajeron de regreso porque se enfermó. Era muy interesante porque tenia más experiencia que nosotros, se llamaba Wálter Solón Romero.

Comenzamos a reunirnos en el hospital y luego en mi casa. Nuestro deseo era pintar murales. En una reunión con el rector se llegó a convenir que Solón pintaría un mural en el rectorado y nosotros seríamos los ayudantes.

En 1955, a mis 22 años, pinté mi primer mural en la Central de Teléfonos Automáticos de Sucre.

De esa manera organizamos el grupo Anteo. Anteo era un semidiós de la mitología griega cuya fuerza radica en el contacto con la tierra. Nosotros tomamos eso como símbolo.

La fuerza de nosotros está en la tierra, en los hombres que trabajan la tierra, de ahí nuestra inclinación por la izquierda nacional y nuestra solidaridad con los trabajadores.

 

¿Las ganas de hacer murales era por la corriente del muralismo mexicano?

Teníamos noticias de los murales que se habían hecho en México, pero era un conocimiento muy vago. Más era por el deseo de hacer un arte público, un arte que conocieran más personas. Hicimos por ejemplo algo que nadie había hecho antes, el poema ilustrado. Los poetas leían sus poemas y los pintores dibujaban en pizarrones, para un nuevo poema, borrábamos el anterior. La gente disfrutaba del acto creativo.

Ese movimiento que se inició entonces, siguió durante toda la vida. Lorgio Vaca entró al grupo Anteo y se sumó a los muralistas. Él ahora tiene numerosos murales realizados en Santa Cruz de la Sierra. Yo seguí trabajando y con el matrimonio con Inés Córdova, que era la máxima ceramista, realizamos los primeros murales en cerámica en la UMSA (Facultad de Ingeniería) y después seguimos trabajando murales hasta llegar a hacer uno emblemático para nosotros. Un mural que está en la Mutual la Primera. Tránsito en el tiempo, es el nombre del mural. Es un poco la historia del hombre boliviano a través de diferentes épocas

 

Hablando de ese tránsito, ¿cómo ves el arte de los últimos años en Bolivia?

Yo tengo la suerte de haber vivido bastante, los últimos veinte años han sido muy difíciles por diversas enfermedades.

Cuando puedo voy a alguna exposición, estoy en contacto con los pintores, asisto a las reuniones y yo creo que el caso de los pintores tanto en la actualidad como antes es individual, es independiente. A uno le ira bien y a diez les irá mal.

 

Últimamente se mide el éxito con la cantidad de obras vendidas, más que con la profundidad de la reflexión o el discurso propuesto. ¿Qué opinas de esto?

Creo que es la influencia del exterior que habla del éxito de un pintor según los miles de dólares en que vende. Felizmente entre los bolivianos, tenemos la capacidad de análisis. La capacidad de valorar otros sentimientos como la solidaridad y el amor, y son la suma de estos sentimientos que hacen que un pintor tenga aparentemente un éxito mayor que otro. Creo que debemos volver a relacionarnos con la tierra, a ver desde nuestro lugar y valorar lo que tenemos cerca.

 

La mañana transcurrió rápidamente. No le pedí ningún mensaje final, ni consejos para futuras generaciones, pues creo que su vida dice mucho y la maestría de su obra aún más.

Para cerrar este espacio, repito las palabras del maestro al describir una de las tardes en su taller al lado de su entrañable amigo, el poeta Oscar Cerruto.

“Gil, te he visto buscar un color, protestar, seguir buscando, limpiar la paleta, poner colores nuevos hasta que después encontraste el color que buscabas, exactamente igual me pasa a mi. A veces no duermo pensando cuál es la palabra exacta que engloba tales y tales ideas, y es una alegría cuando la descubro. Entonces, la pintura y la poesía tienen eso de común, la búsqueda en la libertad. Me parece interesante.”

 

 

                                             Gil Imaná, abril 2019 en su residencia en la zona sur de La Paz.

 

 

 

Roxana Hartmann

Artista visual boliviana

La Paz, septiembre 2016

 

Entrevista publicada en Brújula, El Deber octubre 2016