domingo, 15 de marzo de 2020

Un día con Norma

La luz que pasa por debajo de la persiana llega sutilmente hasta mis piernas, es hora de despertar. Me siento al costado de la cama y tomo un poco de agua, no estoy en casa hace unos días, es otro costado, es otra cama. Camino hasta el baño y me reconozco frente al espejo, despeinada y sonriente. Me lavo los dientes mientras voy sacándome la pijama. Entro a la ducha y al mismo tiempo que paso jabón por mi cuerpo voy pensando en la forma que quiero darle a mi trabajo, hablo en voz alta y quito el agua caliente para recibir un chorro de agua helada. Me visto sin mucho ritual porque traje poca ropa y después de pasar crema a mi cabello, descargar un poco de perfume en mi cuello y ponerme todos mis anillos, salgo de la habitación directo a desayunar. En la mesa ya está mi taza, la mermelada de naranja, una cesta con pan y queso fresco. Preparo mi café fuerte y mientras estoy en la mesa pasa João saludando y sale a dar fruta a los pájaros. Él es esposo de Norma, un doctor cardiólogo que se jubiló hace un año y medio. No les voy a decir su edad porque no me van a creer, menos si lo ven de bermudas, sandalias y polera alzando las cajas de fruta que cada domingo compra de la feria a la que vamos a comer “pastel de queijo”.

Espero a Norma, hoy no salimos a caminar temprano, vamos al “atelier” porque ella tiene que recibir a una curadora que llevará su obra a Berlin y yo tengo que continuar con mi investigación y trabajo que vengo haciendo desde que comencé la residencia artística con ella, una artista brasileña de mucha trayectoria con una propuesta de obra maravillosa y una calidad humana que sobrepasa cualquier sospecha. Ella es sencillamente bondadosa. Salimos en su auto y llegamos en pocos minutos a Tote, así se llama el taller, donde además vive Tarta, la tortuga centenaria que se enamoró de mi el primer día, un amor correspondido y completamente incondicional. (Sonrío)
Cada quien a su espacio, aunque yo circulo por todos y voy convirtiendo cada esquina en un lugar de trabajo y reflexión. Pasa la mañana, nos encontramos en la cocina a tomar café y seguir conversando… conversamos mucho y de todo, un privilegio conocerla y construir este lazo de trabajo y cariño. La admiro mucho y voy descubriendo cada día sus historias, la inteligencia con la que gobierna su vida y la energía que la desborda y la impulsa a seguir creando. 

Es hora de volver a casa a almorzar. Me siento agradecida. El primer día ella me dijo que quería que yo esté cómoda y bien alimentada, que no me preocupe por eso y me ocupe de mis cosas. “Fique à vontade”, me repetía ese día y yo dentro mío no entendía por qué la vida es tan buena conmigo. Es una entrega que no termina, algo así como una fuerza que más bien se hace mayor a medida que pasa el tiempo. Almorzamos los tres en una mesa grande y siempre bien servida, con mucha verdura, frijoles (feijão), arroz blanco y cada día una sorpresa de Cida, que además de cocinar tan sabroso deja sobre mi cama la ropa doblada oliendo a hogar cada vez que pongo a lavar algo. Después de comer vamos a la sala de la tele a ver noticias. Cada uno en su sillón miran hasta que se duermen, con ellos también hace la siesta Frida, la perrita rescatada que ahora se siente dueña y señora de la casa, sobre todo del regazo de Norma que es donde le gusta terminar el día. Yo voy a mi cuarto y miro mis mensajes, respondo, miro redes sociales y descanso un rato hasta que es hora de volver al taller donde antes de comenzar preparo un café y me siento en el jardin a mirar las plantas y a sentir el sol. Cuando llegamos, después de abrir ventanas, Norma se queda en su escritorio, si es que no salió a comprar algo. De vez cuando mira mi avance, dialogamos, me fundo en sus palabras y observo sus ojos que siempre llevan pintadas sus pestañas de color azul. Sonreímos, cómplices. Tomo apuntes, aprendo, hablo, le cuento sobre mi proceso creativo y también sobre mi vida, mis amores y desamores, mis proyectos y algunas pasiones. Me cuenta, la escucho. La quiero. Ella hace arte desde la década de los 70 y su cuerpo de obra ha pasado por muchos momentos, todos ellos en un estrecho diálogo con ella misma y su relación con su memoria y su momento. Mucha coherencia, mucha reflexión y también mucha curiosidad, de esa que ahora se escurre por las aplicaciones del teléfono. Norma se convierte en uno de esos hilos indispensables para tejer mi historia. Inesperada y bienvenida, así es ella en mi vida. Una especie de diosa o casi una maga que propicia nuevos rumbos y subraya mis aciertos. 

Norma tiene  setenta y seis años y aunque la edad  es lo de menos, yo creo que ella y toda la extensión de su ser me revelan muchas cosas. Lo femenino que cotidianamente le gana la batalla a lo esperado y sugiere con vehemencia una postura inquebrantable de ser ella misma, mujer, pensadora, artista y la otra Norma, que también es ella, la que no perdona el tiempo y vuelve en su propia memoria a los lugares donde se sintió feliz en espera que la vida le alcance para seguir capturando momentos en hojas de libros que ella misma construye. Un día con Norma es tan impredecible como la línea que dibuja el viento sobre la arena y a la vez, tan confiable como la sonrisa de un niño que recibe un abrazo. Con ella camino por la senda del amor, ese amor que propicia creación y que no descansa, ese amor que cree y crea, el mismo amor que circula por el cuerpo todo y se pone a danzar bossa-nova al atardecer de un día cualquiera. Con ella, cualquier día es un aprendizaje, cualquier conversación una maestría. Norma es una mujer que se sabe poderosa, que cree que no hay fronteras porque se reconoce en cada acción y en todas sus palabras. 

Volvemos a casa a cenar. Siempre nos acompaña una copa de vino y más  conversación. João es el encargado de poner vino a la mesa. Berenice, la hermana de Norma, viene algunas noches a cenar, ella es otro de los regalos de este viaje. Siempre digo que llegué y encontré una mamá y una tía. Ambas me transportan a los momentos alrededor de la mesa a la hora del té en casa de mi abuela María, donde no faltaban el rollo de queso, el queque de plátano y los besos (los besos que ahora nos estamos guardando).

Después de la cena, la lectura y después de la lectura a veces una película o un documental como el de Elis Regina o el programa de entrevistas a psicoanalistas que vimos hace cuatro noches. El día termina así, reunidos con Frida al medio, un poco en silencio, a media luz y con un “boa noite”. Voy a mi habitación, vuelvo a lavarme los  dientes, me quito la ropa y antes de mandar el último mensaje a los que amo escribo un poco, casi nada.


Norma Vieira