domingo, 31 de diciembre de 2023

Treinta y uno de diciembre

 

Salió descalza a recibir el día, la temperatura había bajado por la noche y el pasto estaba húmedo, le hacía cosquillas. Caminó con su taza de café tibio al banco que estaba debajo de un espino blanco. Se quedó varias horas ahí, respirando, mientras su mente la llevaba a recorrer su memoria. Ella decía que su memoria era caprichosa, que su pasado estaba compuesto por imágenes recortadas y que muchas veces jugaba con el tiempo a la hora de recordarlas. ¿Será el tiempo o más bien el deseo el que selecciona lo que después se convierte en nuestra historia? 

 

Siguió ahí, mientras las campanas del pueblo comenzaron a repicar y los sonidos de un domingo en vísperas de año nuevo se apoderaban de la mañana nublada. El aire olía a lluvia. El canto de los pájaros era insistente y muchos volaban bajito. El tiempo parecía suspendido, comenzaba a recordar con todo su cuerpo. No tenía necesidad de cerrar los ojos para recorrer su memoria, el sonido de la vida -sin ruidos de ciudad pujante- la tenía sometida. Era todo eso lo que a ella le gustaba, el abrazo de un presente generoso y honesto. Ese instante era el perfecto lienzo en blanco, una invitación a comenzar una nueva aventura y seguir transitando el camino de las posibilidades. No le tenía miedo al vacío, al primer trazo o a las palabras sueltas en su libreta. Decía que eso era su obra, lo que pasaba antes y durante el hacer. La vida, su vida, ese era el lugar donde se alojaba el proceso de crear. Sentada debajo de aquel árbol, con algunas gotas que le mojaban la falda, pensaba en el año que iba a comenzar. Tantos planes, algunos todavía desordenados, tanta entrega. Su pecho le quedaba chiquito para todo lo que estaba gestando su ser. Le daba vértigo, a ratos se le mojaban los ojos y después suspiraba. Todo junto. 

 

Volvió por otro café, sus hijos seguían durmiendo y como siempre, se acercó a darles un beso mientras pronunciaba en su mente los deseos para ellos. Eran su vida. Las campanas volvieron a sonar, seguía nublado. 

 

Esto de convocar lo que deseaba lo hacía todos los días. Sus libretas estaban repletas de palabras, en su mente resonaban los conceptos de manera sostenida, mientras leía -pensaba y escribía-. Dibujaba con su cuerpo y la propia complejidad de sus pensamientos promovían silencios seductores. Disfrutaba su vida, aunque muchas veces quería salir corriendo, decía. Esperaba el nuevo año con serenidad, así como vivió este que acababa, con una particular forma de habitarlo. Ella atribuía esta nueva manera de afrontar su cotidianidad a los años que había acumulado, no eran tantos, pero eran. Se inventaba nuevas maneras de hacer, escribía historias delirantes y pintaba su intimidad. Tampoco le tenía miedo a amar y menos a proclamar victorias en su nombre. Dejó un vino enfriando, se puso zapatos y fue a reencontrarse en todas las esquinas. 




                                               (La Vista - Samaipata)