En el constante encuentro con la vida y
el presente que convoca presencias (redundante), de uno mismo y la conciencia
de ser, observar el entorno y entablar diálogo con los elementos que nos rodean
a veces parece un oficio más cercano a la locura que un ejercicio necesario de
reflexión.
En este momento, lo que tengo al frente
es una línea caprichosa que rompe con el profundo azul del cielo de invierno y
sin la pretensión de creerse única, separa el vacío por donde pasa el viento y
la solidez donde descansa la tierra. Veo montañas, piedra y tiempo. Siento la
conexión de mis átomos con los de ellas, de mi tiempo y de mi transcurrir. Me
siento parte de este entorno, una parte bien pequeña, que piensa mucho en la
existencia, mientras que todo lo que me rodea, simplemente está. Me detengo,
casi obligada, por esta realidad
inevitable y lo único que consigo hacer es temblar y despojarme de palabras.
¿Qué es lo que provoca este silencio? Es justo eso, la respuesta quizás
incompleta a la búsqueda de mi paso por este presente. El silencio diciente que
somete a mirar lo que es y no tratar de disfrazar y convertir en lo que quiero
que sea, a encontrar el ritmo y fluir con el resto sin que eso defina mi propio
orden.
Hoy no voy a escuchar las palabras que
intentan gobernar mi paso por la vida, ni las llenas de amor incondicional ni
las castrantes que alteran la verdadera esencia, hoy quiero dibujar las líneas
entre este momento y lo que siempre está, quiero limpiar de prejuicios este
instante. No me creo ni los discursos de amarse a uno mismo sin que nada más
importe ni las poses mágicas que nos acercan al cielo. Ahora mismo, solo quiero
ser. (Como esa montaña que es antes que nosotros y seguirá siendo después de
nosotros, sin teorías ni modas, sin engaños ni penitencias.)
Mis pies están dentro del agua, en una
piscina en medio de este verde, rodeada de montañas. Mis pies imperfectos y
arrugados, sumergidos en el agua transparente que refleja la luz del sol. Y la
montaña ahí, y mis pies aquí y yo tratando de entender por qué nos afanamos
tanto en nuestro recorrido y tantas veces nos distraemos con detalles inútiles y
perdemos momentos creando problemas en vez de vivir. Nuestro caminar por esta
vida muchas veces lo definen otros y nos condenan a creer lo que dicen, a hacer
lo que esperan y a pensar en desenlaces que nada tienen que ver con lo que
anhelamos. Este instante al comparar la dimensión física de mi cuerpo con lo
que me rodea y sentir y saber que soy como la roca que se desliza de la cima o
el arbusto que crece a merced del clima, encuentro, sin adjetivos innecesarios,
que el presente es lo que es y que la construcción del mismo tiene que ver con
mi historia y la relación de mi existencia con el entorno. La diferencia está
en la importancia que le damos a este caminar en este momento. La plenitud y
conciencia de estar y ser en nuestro presente, probablemente está en borrar el
anzuelo de lo que el resto quiere de uno.
El viaje es opcional, los encuentros son
azarosos, las satisfacciones las podemos trabajar, el amor lo vamos
construyendo como mejor podemos, el placer no debería ser condenable, y la
trascendencia es discutible. La muerte es la certeza. Por eso hoy, en este
presente convidado, te invito a no decir nada y solamente ser.
Coroico 2019
Hermoso estilo, femenino, místico y con los pies en la tierra o mejor, sobre las piedrecillas que desborda el agua marina.
ResponderEliminargracias
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ResponderEliminarAyer lo leí, hoy lo vuelvo a leer, y te repito gracias por compartir, me encanta, profundo en ilustrar las polaridades que en mi gobiernan. Hoy me encuentro con cosas que ayer perdí, y pierdo cosas que con las que ayer me encontré. Supongo que es parte de mi caminar en este preciso momento. Ahora, me borro (pronunciado borou)..
ResponderEliminargracias C. bowrarse y estar en paz con eso y los posibles encuentros con uno mismo y el entorno es avanzar, o al menos eso creo. no esconderse debajo de ninguna teoría ni pretender lo que uno no es. un abrazo
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