domingo, 30 de junio de 2019

El lenguaje de la existencia



El ser humano se choca con el lenguaje desde el momento de su nacimiento y es el mismo lenguaje el que se encarga de crear, limitar o confundir, muchas veces, su recorrido. Cada uno se cree lo que mejor calza con su imaginario de realidad, cada uno acopla a su vida las palabras que escuchó repetidamente, las que decide eliminar pero no puede o las nuevas con las que trata de entender su existencia.

El amor es una de ellas, lo que nos dijeron del amor, lo que pensamos de él y el temor que le tenemos a sus significados. Es un diálogo interminable el que entablamos con el amor, una búsqueda, casi una confrontación. Muchas veces el simple miedo a la palabra hace que las posibilidades de convivencia con nosotros mismos y con el otro se tornen muy difíciles. Es inevitable rondar en el territorio incierto de esta palabra todos los días de nuestras vidas, es inevitable hablar de amor, de desamor, es inevitable hablar de uno mismo. En cada encuentro comenzamos o terminamos hablando de amor, escuchando cómo los otros hablan y se refieren a esta palabra, a este estado de ser y estar. Es también ineludible observar las distintas formas que tenemos de construir las relaciones y la manía equivocada de cargar de nuestras expectativas al otro y de dotarlo de nuestras ilusiones terminando en poco tiempo con lo que habíamos creído que era amar o ser amado. No es fácil darse cuenta que nos contaron (y nos siguen contando) historias bizarras sobre el amor verdadero, cuando no sabemos cuál es la frontera de la verdad o de lo real. Es una tarea cotidiana entender que el amor no fluye de manera sobrenatural, que se construye con nuestras propias y muy singulares maneras de ver, con los sutiles encuentros con el otro sin despojarlo de su individualidad. Es un reto comprender que muchas de las historias que contamos son una suma de ficciones y deseos no culminados y que el presente lo estamos dibujando con trazos llenos de probabilidades en vez de simplemente marcar la superficie con la franqueza del grafito sobre el papel, sin pretensiones ni condiciones.

El presente que nos toca vivir debería ser el espacio donde invertimos nuestra capacidad de amar, de construir caminos y quizás de romper con los desenlaces que venimos reproduciendo aunque reneguemos del pasado. Es fácil decir que el pasado no existe y que debemos enfocarnos en el presente cuando andamos hilando definiciones enlatadas como si de repetir consignas se tratara sin darnos cuenta que seguimos en lo mismo, seguimos dándole una carga importante a los significados colectivos en vez de crear espacios flexibles de convivencia. ¿No es la repetición una manera de estancarse en el pasado? El presente, este bien casi mágico de espacio actual, es donde en este preciso instante construyo y decido las formas de amar, de amarte y de amarme. Entonces, ¿no debería ser motivo de esfuerzo la construcción de este estado (amoroso) mi mayor ocupación y no así el lugar en el tiempo si por ejemplo, cuando estés leyendo esto el presente de mi oración será pasado? Lo que intento decir es que en nuestro afán de situarnos dentro de paradigmas y ser parte de una manera de pensar y vivir la vida, lo cual no discuto, sería provechoso soltar los prejuicios del amor, y simplemente amar de manera única cada día.

Entonces, en este viaje inevitable en el que estamos cada uno transcurriendo en nuestra única forma de hacerlo, seamos capaces de ver en uno mismo y en el otro esa singularidad de ser, tan radical y distinta, para que el amor exista.



(selfie de domingo en el balcón)




1 comentario:

  1. Me gustó mucho Roxanita. Y es así... es un desafío vivir en el presente demostrando amor a nuestro próximos. Más aún cuando hay tanta distracción en el día a día. Y es triste ver como el amor se va enfriando en muchas personas....

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