Escribo y borro. Respiro. Miro el verde mojado que tengo al frente
y me detengo.
El viento frío sube por mi tobillo. No necesito nada más que todo
lo que tengo.
En los últimos días he caminado nuevas calles, descubrí espacios
distintos y confirmé que las fronteras ya no son fijas, se transforman a medida
que las palabras acompañan este viaje que no termina nunca. La muerte ya no me
provoca asfixia y el amor se viste con el traje que quiere sin fijarse en nada
más que estar. En estar y ser. En dejar ser. Las presencias no son un requisito
aunque coincidir se volvió inevitable.
Escribo, escribo y borro. Las palabras que dibujan situaciones o
mejor dicho, los momentos vividos y las personas en esos momentos, vienen y se
sientan a mi lado, me miran y marcan esta hoja en blanco. Dibujan con su
esencia formas muy parecidas al rastro que deja la luz que pasa a través de tus
manos al hablar, o la sombra que proyectas cuando te mueves y el pasado te
persigue o el sonido de la carcajada que se estrella contra el muro vacío de lo
esperado. Escribo. Y al escribir voy creando este presente lleno de hilvanes.
Convoco. Te quiero, los amo. Sonrío.
Las palabras insisten, yo insisto.
¿Cuál es mi afán? Creo que esto de la memoria y del tiempo. De la
identidad y la relación de uno con su historia, con sus palabras y con las
historias de otros, creo que esto es lo que me detiene a escribir, escribir y
borrar. Mi afán es decirte que estás en el abrazo de bienvenida, en los libros
que leíste y que otros ahora leen, en la noche llena de murmullos y en el calor
de tu piel conquistada. Estás en la calle hablando con eco y en esa silla,
tomando café. En la terraza, en el museo y en la cocina, estás ahí en la memoria.
En cada encuentro, en todos los lugares. Ahí estás, estamos, seguimos.
Mi afán es que sepas que mi historia se enreda con la tuya, dialogan,
se alimentan, se separan, vuelven y se transforman en otros seres, en otras
palabras y otros lugares.
Escribo y sigo.
(sigamos)
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