Me miré las manos, de un lado y del otro. Comencé a mover suavemente
mi cuerpo sobre la cama, miraba mis uñas y el contorno de mis brazos, ya
conocía este cuerpo, estaba aquí nuevamente, no me fui del todo, parece que
solamente salí a cambiar de lugar. Salí a reconocerme.
Seguía siendo de noche y mi habitación estaba oscura, ¿habré soñado? No lo sé, pero la sensación al despertar fue poderosa. Me duró toda la semana, podía sentir que mi espíritu se contoneaba dentro mío, estaba feliz. Eso siento cuando voy construyendo una obra o cuando se acercan los chicos al final del día y se acuestan a mi lado mientras me cuentan o preguntan cosas, pueden pasar horas, todos sobre la cama, hasta la gata. Es habitar el cuerpo cada día y mirar desde aquí la vida, vivirla. Mirar “desde otro lugar”.
Este otro lugar hace que las cosas sean distintas cada vez porque en realidad es uno que va cambiando, que va mudando de piel y de mirada y comienza a abrirle la puerta al deseo.
Roxana Hartmann, 1982