Mañana es noche buena, buena para reunirse con los que uno ama
aunque no estén cerca, aunque no estén presentes, aunque no estén vivos. Aunque
duela un poco.
Diciembre es así, una mezcla de sentires y una maratón de
actividades porque ya se acaba el año, porque además de trabajar aparecen los
motivos para reunirse y abrazarse, porque además de todo hay que terminar con
las listas de pendientes, porque también hay que tomarse un café y respirar…
Diciembre se mueve al ritmo de los Rolling Stones, tiene olor a jengibre y
canela y te revuelve el alma con recuerdos que se viven en la piel y en la
boca.
Hace diez años que el día 24 de diciembre no tiene el mismo
sentido porque las dos magas de mi casa decidieron volar. Mi madre que hacía
que cada diciembre sea especial con sus ojos verdes iluminados y mi abuela María
que nos amaba desde su cocina dando órdenes como capitán de infantería.
(Cómo me cuesta dibujar
mis propios rituales y hacer que nuestros diciembres tengan su propio sabor y
suenen a chocolate y blues).
Ahora mismo, Édith Piaf invade la casa mientras el jardinero
deshierba el pequeño jardín trasero, mi hija está en su dormitorio haciendo
planes para una cena con sus amigas y mi hijo salió a pasear al perro. Comienza
la historia, comienzan los instantes a convertirse en memoria y provocar
recuerdos. Eso quiero, provocar. Los rituales de la casa nuestra son así, con
poco rojo y verde pero con mucha luz. Con la única gana de ser y pasarla bien,
aunque a veces no estemos cerca, aunque se sumen otros abrazos, aunque la casa
no huela a popurrí pero se respire libertad, aunque no hayan adornos dorados
pero sí velas encendidas y mucha mucha paz.
¡Bienvenida a la realidad!, me dijo una amiga hace unos días
cuando le contaba sobre algunos desencantos propios de las “fiestas”, y es
verdad, lo ideal no existe. Solo sobrevive lo real, lo de cada día, aquello que
puede y está, lo que es pues, lo que es. Y a partir de eso voy escribiendo mis
diciembres que hoy, justo ahora tienen otro tono. Ahora saben a sonrisas y
besos inesperados, suenan a dulce de leche y tienen olor a un abrazo largo.
Este diciembre lleva una bandera de perseverancia, tiene en la entrada de casa
una alfombra que dice: gracias y no
tiene cortinas para que el cielo nos alcance. (En realidad no tiene cortinas
porque nos mudamos recién y las cortinas están en la lista de cosas por hacer
para el próximo mes, es así.)
Este diciembre es nuestro, un poco desordenado, a ratos apurado,
con tropiezos y también con largas conversaciones sobre la cama pero nuestro,
muy nuestro. Y desde aquí, les deseo un diciembre lleno de cosas buenas, de
personas amadas y palabras bonitas, un diciembre lleno de cosquillas y música a
todo volumen, un diciembre de besos con los ojos cerrados y galletas con
azúcar, de momentos en silencio sintiendo a los que nos visitan y de piel con
los que tenemos al lado.
Les deseo un diciembre memorable, donde lo importante sea lo que a
ustedes les de la gana. ¡Salud!
(selfie de ayer domingo)